La distorsión, la volatilidad y la ambigüedad son moneda común en esta era de reversión democrática, especialmente marcada en Latinoamérica.
La fragmentación partidaria, que llega a niveles exasperantes en algunos países (Perú, por ejemplo) producto de falta de acuerdos que no necesariamente tienen que ver con las ideas sino con la vocación de poder, son parte de la confusión que se transmite a una ciudadanía que sólo intenta identificar a qué lado de las ideologías pertenecen esos proyectos.
Claro que esa fragmentación termina agrupándose en modelos que dramáticamente simplificamos como “derecha” o “izquierda”, sin pensar en matices que le den mayor precisión a las propuestas.
De todos modos, siempre existe una base ciudadana “estable” que, a la hora de elegir, lo hace más por vocación que por racionalidad, lo que hace predecible una parte del resultado de una elección, el que generalmente termina definiéndose por otra parte relevante de la torta electoral que es la de los llamados indecisos, que cada vez son más y que están representados en lo que se manifiesta como la clase media insatisfecha que cambia pendularmente su voto en función de sus aspiraciones.
Pero esa clase media, que busca “su” modelo para resolver “sus” problemas, no se agrupar simplemente por el nivel socioeconómico, sino que esa masa inestable se mueve por actitudes. Eso determina los segmentos.
La segmentación, como el posicionamiento, son las claves del marketing político desde la perspectiva estratégica, más aún cuando lo simbólico supera a lo racional de las propuestas. Y todos sabemos que este mundo de significados está sostenido en lo simbólico.
Esos segmentos son espacios para cubrir y se determinan por las tendencias y por el valor esperado por la sociedad, es lo que determina el vínculo entre el candidato y el ciudadano.
Un ciudadano que se mueve por experiencias, por identidades, por identificación, o simplemente por inercia de ser parte de un rebaño.
La clase media, para los efectos políticos, es la base de indecisos dirigidos por sus carencias que son determinadas por sus valores y estilos de vida.
A grandes rasgos, y en función de esa base conceptual, hay cinco grandes segmentos actitudinales, que no están condicionados por la afinidad ideológica, sino por la inmediatez y el pragmatismo, guiados obviamente por la motivación antes que por la racionalidad: Los conservadores; los realizados; los émulos; los émulos realizados y los dirigidos por la necesidad
Los conservadores buscan confianza en que nada cambie su statu quo, lo que los lleva a elegir lo que signifique menos revolucionario en relación con sus costumbres cotidianas y con la búsqueda de certezas de su vida futura. Son los que tienen aversión a lo nuevo, y en general, eligen lo conocido y confortable
Los realizados son desconfiados de lo que existe y buscan una permanente contracorriente a lo establecido. En realidad, tienen un perfil opuesto al conservador, quieren el cambio por el cambio mismo, aunque esa propuesta no le resulte confiable. La desconfianza supera a la incertidumbre.
Los émulos son los verdaderos indefinidos y ambiguos, carentes de identidad, la buscan en un relato y en un candidato que les garantice ser parte de un rebaño.
Los émulos realizados son una versión evolucionada de lo anterior, ya que son aquellos que encontraron el espacio de identidad y buscan reafirmarlo. Es un segmento que se preocupa por quedar bien socialmente con la propuesta elegida, ya que lo representa.
Los dirigidos por la necesidad eligen por esperanza y confianza en la promesa. Son los eternos insatisfechos, aunque no necesariamente estén en la base de la pirámide, ya que sus carencias no son únicamente esenciales. A este segmento le falta siempre esa necesidad puntual que intentan encontrar en un relato. Por ejemplo: seguridad, mejorar sus ingresos, evitar impuestos. No siguen la general de una propuesta integradora, sino la solución puntual y muchas veces transitoria.
Estos espacios que no encuentran certezas en lados ideológicos, es lo que algunos podrían erróneamente suponer que es un “centro”. No hay centro…
No es precisamente un espacio estable, sino que cambia en función de lo que ya existe como gobierno y lo que la oferta electoral les propone. Por eso, es lo que llamamos clase media disconforme, díscola, volátil.
Ese espacio, al que Perón una vez definió como inabordable y al que hay que dejarlo que se mueva a su antojo, no hay relato completo que pueda seducirlo. Porque en él conviven actitudes que en muchos casos son contradictorias y por ende nada homogéneas, y todos sabemos que cuando las preferencias son tan difusas es poco probable acertar en el objetivo buscado.
Esa fragmentación política es un reflejo de la hiper segmentación, y para eso los lados ideológicos estables deben reunir un discurso integrador cuya síntesis es un impulso estratégico, representado en un propósito de país tan difuso, así como lo es el pensamiento de ese monstruo inmanejable que define el rumbo de una elección.
¿Qué es un impulso estratégico? Lo que guía un relato en un tiempo y un espacio puntual.
La “evolución y libertad” que planteó Lacalle Pou, la “motosierra” de Milei, la “unidad” de Lula, el “síganme” de Menem. Amplio, y sin detalles que confundan.
Lo simple es fácil de decir, pero difícil de construirlo. Pero hay que construirlo si se quiere ganar en una ciudadanía dónde ese monstruo inmanejable, la clase media insaciable, manda.
Esta nota El monstruo indomable apareció primero en El Dínamo.
La clase media, para los efectos políticos, es la base de indecisos dirigidos por sus carencias que son determinadas por sus valores y estilos de vida.
Esta nota El monstruo indomable apareció primero en El Dínamo.
La clase media, para los efectos políticos, es la base de indecisos dirigidos por sus carencias que son determinadas por sus valores y estilos de vida.
La distorsión, la volatilidad y la ambigüedad son moneda común en esta era de reversión democrática, especialmente marcada en Latinoamérica.
La fragmentación partidaria, que llega a niveles exasperantes en algunos países (Perú, por ejemplo) producto de falta de acuerdos que no necesariamente tienen que ver con las ideas sino con la vocación de poder, son parte de la confusión que se transmite a una ciudadanía que sólo intenta identificar a qué lado de las ideologías pertenecen esos proyectos.
Claro que esa fragmentación termina agrupándose en modelos que dramáticamente simplificamos como “derecha” o “izquierda”, sin pensar en matices que le den mayor precisión a las propuestas.
De todos modos, siempre existe una base ciudadana “estable” que, a la hora de elegir, lo hace más por vocación que por racionalidad, lo que hace predecible una parte del resultado de una elección, el que generalmente termina definiéndose por otra parte relevante de la torta electoral que es la de los llamados indecisos, que cada vez son más y que están representados en lo que se manifiesta como la clase media insatisfecha que cambia pendularmente su voto en función de sus aspiraciones.
Pero esa clase media, que busca “su” modelo para resolver “sus” problemas, no se agrupar simplemente por el nivel socioeconómico, sino que esa masa inestable se mueve por actitudes. Eso determina los segmentos.
La segmentación, como el posicionamiento, son las claves del marketing político desde la perspectiva estratégica, más aún cuando lo simbólico supera a lo racional de las propuestas. Y todos sabemos que este mundo de significados está sostenido en lo simbólico.Esos segmentos son espacios para cubrir y se determinan por las tendencias y por el valor esperado por la sociedad, es lo que determina el vínculo entre el candidato y el ciudadano.
Un ciudadano que se mueve por experiencias, por identidades, por identificación, o simplemente por inercia de ser parte de un rebaño.
La clase media, para los efectos políticos, es la base de indecisos dirigidos por sus carencias que son determinadas por sus valores y estilos de vida.
A grandes rasgos, y en función de esa base conceptual, hay cinco grandes segmentos actitudinales, que no están condicionados por la afinidad ideológica, sino por la inmediatez y el pragmatismo, guiados obviamente por la motivación antes que por la racionalidad: Los conservadores; los realizados; los émulos; los émulos realizados y los dirigidos por la necesidad
Los conservadores buscan confianza en que nada cambie su statu quo, lo que los lleva a elegir lo que signifique menos revolucionario en relación con sus costumbres cotidianas y con la búsqueda de certezas de su vida futura. Son los que tienen aversión a lo nuevo, y en general, eligen lo conocido y confortable
Los realizados son desconfiados de lo que existe y buscan una permanente contracorriente a lo establecido. En realidad, tienen un perfil opuesto al conservador, quieren el cambio por el cambio mismo, aunque esa propuesta no le resulte confiable. La desconfianza supera a la incertidumbre.
Los émulos son los verdaderos indefinidos y ambiguos, carentes de identidad, la buscan en un relato y en un candidato que les garantice ser parte de un rebaño.
Los émulos realizados son una versión evolucionada de lo anterior, ya que son aquellos que encontraron el espacio de identidad y buscan reafirmarlo. Es un segmento que se preocupa por quedar bien socialmente con la propuesta elegida, ya que lo representa.
Los dirigidos por la necesidad eligen por esperanza y confianza en la promesa. Son los eternos insatisfechos, aunque no necesariamente estén en la base de la pirámide, ya que sus carencias no son únicamente esenciales. A este segmento le falta siempre esa necesidad puntual que intentan encontrar en un relato. Por ejemplo: seguridad, mejorar sus ingresos, evitar impuestos. No siguen la general de una propuesta integradora, sino la solución puntual y muchas veces transitoria.
Estos espacios que no encuentran certezas en lados ideológicos, es lo que algunos podrían erróneamente suponer que es un “centro”. No hay centro…
No es precisamente un espacio estable, sino que cambia en función de lo que ya existe como gobierno y lo que la oferta electoral les propone. Por eso, es lo que llamamos clase media disconforme, díscola, volátil.
Ese espacio, al que Perón una vez definió como inabordable y al que hay que dejarlo que se mueva a su antojo, no hay relato completo que pueda seducirlo. Porque en él conviven actitudes que en muchos casos son contradictorias y por ende nada homogéneas, y todos sabemos que cuando las preferencias son tan difusas es poco probable acertar en el objetivo buscado.
Esa fragmentación política es un reflejo de la hiper segmentación, y para eso los lados ideológicos estables deben reunir un discurso integrador cuya síntesis es un impulso estratégico, representado en un propósito de país tan difuso, así como lo es el pensamiento de ese monstruo inmanejable que define el rumbo de una elección.
¿Qué es un impulso estratégico? Lo que guía un relato en un tiempo y un espacio puntual.La “evolución y libertad” que planteó Lacalle Pou, la “motosierra” de Milei, la “unidad” de Lula, el “síganme” de Menem. Amplio, y sin detalles que confundan.
Lo simple es fácil de decir, pero difícil de construirlo. Pero hay que construirlo si se quiere ganar en una ciudadanía dónde ese monstruo inmanejable, la clase media insaciable, manda.
Opinión | El Dínamo