Javier Milei cumplió su primer año como presidente de La Argentina. Contra los pronósticos de opositores kirschneristas extremos, que le otorgaban una dudosa continuidad, el presidente libertario parece más firme que nunca, con una imagen positiva sostenida más allá del brutal ajuste económico que estabiliza la macroeconomía pero que impacta severamente en una economía cotidiana que espera el alivio en 2025, un objetivo nada fácil para el gobierno.
Pasó así un año con luces y sombras, con promesas cumplidas y con un futuro que aún se mantiene incierto, ya sea por circunstancias no controlables y también por errores no forzados producto de su estilo que delata cierta psicopatía exitosa. Es el equilibrio emocional de Milei el punto del que algunos dudan y otros lo consideran como parte de su postura de campaña interminable.
No hay que ser un analista demasiado agudo para entender que Milei es el resultado generado por la gestión de Alberto Fernández y, por carácter transitivo, de Cristina Fernández de Kirchner. De no haber sido así, Milei seguramente seguiría siendo un irascible panelista de programas de televisión.
La catástrofe económica, política y social del gobierno kirchnerista ha sido el input esencial del relato del libertario, y la permanente referencia al desastre provocado por la “izquierda empobrecedora” es el argumento central de su relato, que empezó a hacer realidad con lo que él mismo considera como el “ajuste económico más grande de la historia de la humanidad”.
Esa y otras expresiones tan grandilocuentes que rozan lo bizarro, como que se considera junto a Donald Trump como uno de los dos líderes mundiales más relevantes de esta era, o de constantemente poner en primer plano que su figura no es la de un “fenómeno barrial” sino global, parecen no haber generado rechazo ni desprecio masivo en una sociedad que, azotada por el desánimo de la pobreza, parece permitir lo que nunca hubiese permitido.
Todas las luces del gobierno provienen de los resultados macroeconómicos, los que se sostienen en la reducción abrupta del déficit fiscal, la caída progresiva de la inflación y el control sobre el dólar, más allá que aún está algo lejos la promesa de liberar el tipo de cambio, una de las bases de su campaña.
Otro de los logros que fortalecen la imagen del gobierno “mileísta” es la reestructuración del Estado, con la aplicación prolija de la “motosierra” prometida a través de racionalizar áreas y asignación de recursos, que no significa la destrucción sistemática del Estado como se planteaba en su campaña anarcocapitalista, sino en un replanteo que la sociedad también percibe como lógico.
Era deseable atacar el derroche de recursos, y en ese punto las maniobras fueron coherentes y válidas, especialmente por el rechazo masivo a la corrupción y al desmanejo del Estado del gobierno anterior.
Y si toda esta acción de gobierno, viene acompañada por la comunicación efectiva llevada adelante por un vocero inteligente e irónico como Manuel Adorni, el resultado es aún más satisfactorio. Todo gobierno necesita comunicación, porque la política es comunicación.
Pero también hay sombras, las que provienen de sus propios errores de estilo, que es su principal debilidad.
Suele parecer lógico tomar una posición de enfrentamiento creando enemigos, pero el lenguaje prepotente y soez frente a quienes que tilda de zurdos, de mugre, de corruptos, sin miramientos de quien los reciba, sean estos jefes de estado de otros países, periodistas o artistas, puede resultar tan incómodo como detestable.
Esa postura violenta, reflejada en lo que fue su discurso religioso de campaña, se profundizó durante este año de gobierno en el que las “fuerzas del cielo” se vieron representadas por un violento ejército de trolls que hacen en las redes lo que haría un grupo parapolicial en las calles.
En definitiva, así como el kirchnerismo usó la prepotencia como herramienta para erosionar al enemigo, Milei y los libertarios repiten la metodología. Mas de lo mismo.
Otro punto que hace sombra es la “mesa chica” liderada por su hermana Karina, tarotista y secretaria de gobierno pero que hasta cumple roles de canciller acompañando al presidente a todo encuentro internacional. Karina Milei es la influencia más determinante para su hermano Javier, siguiendo en un segundo escalón Santiago Caputo, su asesor político de cabecera y ex empleado de Duran Barba.
Esa mesa chica es, quizás, el espacio más borroso del gobierno.
En cuanto a los desafíos del libertario, un término que aún no es demasiado claro en cuanto a su significado ya que parece más conservador que liberal, no solo se reducen a la estabilidad y al despegue económico.
En tal sentido, la gran apuesta y obsesión de Milei es transformar la matriz cultural argentina, buscando recrear un nuevo ciclo histórico sostenido en un modelo de país liberal basado en lo que fue la generación de los 80 (Siglo XIX), y para eso enterrar a la izquierda peronista enalteciendo a peronistas liberales como Menem, y hasta promoviendo la discusión sobre otras miradas de Perón, mostrándolo como pragmático y hasta antagónico con el kirchnerismo.
Pero esa transformación cultural difícilmente pueda sostenerse en el modelo economicista de Milei. La sociedad argentina y especialmente la indomable e interminable clase media, si bien se espera una normalización económica que le permita transitar un camino al crecimiento, también espera el bienestar de haber sido una clase media que vivió con un Estado presente en términos de educación, salud, seguridad y también en su diferenciación por el arte y la cultura.
Pasó el primer año y se viene un 2025 en el que la estabilidad económica debe ser compatible con el bienestar, en términos materiales y “simbólicos”. Milei es la herramienta útil hoy, pero deberá hacer un esfuerzo para controlar un ego que lo puede llevar de la simpatía popular al fracaso.
Nunca olvidar que “todo pasa”.
Esta nota Un año con Milei apareció primero en El Dínamo.
Otro punto que hace sombra es la “mesa chica” liderada por su hermana Karina, tarotista y secretaria de gobierno pero que hasta cumple roles de canciller acompañando al presidente a todo encuentro internacional. Karina Milei es la influencia más determinante para su hermano Javier, siguiendo en un segundo escalón Santiago Caputo, su asesor político de cabecera y ex empleado de Duran Barba.
Esa mesa chica es, quizás, el espacio más borroso del gobierno.
Esta nota Un año con Milei apareció primero en El Dínamo.
Otro punto que hace sombra es la “mesa chica” liderada por su hermana Karina, tarotista y secretaria de gobierno pero que hasta cumple roles de canciller acompañando al presidente a todo encuentro internacional. Karina Milei es la influencia más determinante para su hermano Javier, siguiendo en un segundo escalón Santiago Caputo, su asesor político de cabecera y ex empleado de Duran Barba.
Esa mesa chica es, quizás, el espacio más borroso del gobierno.
Javier Milei cumplió su primer año como presidente de La Argentina. Contra los pronósticos de opositores kirschneristas extremos, que le otorgaban una dudosa continuidad, el presidente libertario parece más firme que nunca, con una imagen positiva sostenida más allá del brutal ajuste económico que estabiliza la macroeconomía pero que impacta severamente en una economía cotidiana que espera el alivio en 2025, un objetivo nada fácil para el gobierno.
Pasó así un año con luces y sombras, con promesas cumplidas y con un futuro que aún se mantiene incierto, ya sea por circunstancias no controlables y también por errores no forzados producto de su estilo que delata cierta psicopatía exitosa. Es el equilibrio emocional de Milei el punto del que algunos dudan y otros lo consideran como parte de su postura de campaña interminable.
No hay que ser un analista demasiado agudo para entender que Milei es el resultado generado por la gestión de Alberto Fernández y, por carácter transitivo, de Cristina Fernández de Kirchner. De no haber sido así, Milei seguramente seguiría siendo un irascible panelista de programas de televisión.
La catástrofe económica, política y social del gobierno kirchnerista ha sido el input esencial del relato del libertario, y la permanente referencia al desastre provocado por la “izquierda empobrecedora” es el argumento central de su relato, que empezó a hacer realidad con lo que él mismo considera como el “ajuste económico más grande de la historia de la humanidad”.
Esa y otras expresiones tan grandilocuentes que rozan lo bizarro, como que se considera junto a Donald Trump como uno de los dos líderes mundiales más relevantes de esta era, o de constantemente poner en primer plano que su figura no es la de un “fenómeno barrial” sino global, parecen no haber generado rechazo ni desprecio masivo en una sociedad que, azotada por el desánimo de la pobreza, parece permitir lo que nunca hubiese permitido.
Todas las luces del gobierno provienen de los resultados macroeconómicos, los que se sostienen en la reducción abrupta del déficit fiscal, la caída progresiva de la inflación y el control sobre el dólar, más allá que aún está algo lejos la promesa de liberar el tipo de cambio, una de las bases de su campaña.
Otro de los logros que fortalecen la imagen del gobierno “mileísta” es la reestructuración del Estado, con la aplicación prolija de la “motosierra” prometida a través de racionalizar áreas y asignación de recursos, que no significa la destrucción sistemática del Estado como se planteaba en su campaña anarcocapitalista, sino en un replanteo que la sociedad también percibe como lógico.
Era deseable atacar el derroche de recursos, y en ese punto las maniobras fueron coherentes y válidas, especialmente por el rechazo masivo a la corrupción y al desmanejo del Estado del gobierno anterior.Y si toda esta acción de gobierno, viene acompañada por la comunicación efectiva llevada adelante por un vocero inteligente e irónico como Manuel Adorni, el resultado es aún más satisfactorio. Todo gobierno necesita comunicación, porque la política es comunicación.
Pero también hay sombras, las que provienen de sus propios errores de estilo, que es su principal debilidad.
Suele parecer lógico tomar una posición de enfrentamiento creando enemigos, pero el lenguaje prepotente y soez frente a quienes que tilda de zurdos, de mugre, de corruptos, sin miramientos de quien los reciba, sean estos jefes de estado de otros países, periodistas o artistas, puede resultar tan incómodo como detestable.
Esa postura violenta, reflejada en lo que fue su discurso religioso de campaña, se profundizó durante este año de gobierno en el que las “fuerzas del cielo” se vieron representadas por un violento ejército de trolls que hacen en las redes lo que haría un grupo parapolicial en las calles.
En definitiva, así como el kirchnerismo usó la prepotencia como herramienta para erosionar al enemigo, Milei y los libertarios repiten la metodología. Mas de lo mismo.
Otro punto que hace sombra es la “mesa chica” liderada por su hermana Karina, tarotista y secretaria de gobierno pero que hasta cumple roles de canciller acompañando al presidente a todo encuentro internacional. Karina Milei es la influencia más determinante para su hermano Javier, siguiendo en un segundo escalón Santiago Caputo, su asesor político de cabecera y ex empleado de Duran Barba.Esa mesa chica es, quizás, el espacio más borroso del gobierno.
En cuanto a los desafíos del libertario, un término que aún no es demasiado claro en cuanto a su significado ya que parece más conservador que liberal, no solo se reducen a la estabilidad y al despegue económico.
En tal sentido, la gran apuesta y obsesión de Milei es transformar la matriz cultural argentina, buscando recrear un nuevo ciclo histórico sostenido en un modelo de país liberal basado en lo que fue la generación de los 80 (Siglo XIX), y para eso enterrar a la izquierda peronista enalteciendo a peronistas liberales como Menem, y hasta promoviendo la discusión sobre otras miradas de Perón, mostrándolo como pragmático y hasta antagónico con el kirchnerismo.
Pero esa transformación cultural difícilmente pueda sostenerse en el modelo economicista de Milei. La sociedad argentina y especialmente la indomable e interminable clase media, si bien se espera una normalización económica que le permita transitar un camino al crecimiento, también espera el bienestar de haber sido una clase media que vivió con un Estado presente en términos de educación, salud, seguridad y también en su diferenciación por el arte y la cultura.
Pasó el primer año y se viene un 2025 en el que la estabilidad económica debe ser compatible con el bienestar, en términos materiales y “simbólicos”. Milei es la herramienta útil hoy, pero deberá hacer un esfuerzo para controlar un ego que lo puede llevar de la simpatía popular al fracaso.
Nunca olvidar que “todo pasa”.
Opinión | El Dínamo